En años recientes, ciertas discusiones económicas han explorado seriamente la posibilidad de implementar un “salario mínimo universal”.
Esto es, el derecho a recibir un ingreso fijo mínimo para cualquier persona, sin distinción de ningún tipo.
Para muchos, esta idea es impensable o intolerable.
Bajo el sistema en que vivimos, que tiene implicaciones económicas, culturales e ideológicas, la posibilidad de recibir algo “gratuitamente” .
Como si, en efecto, a cambio de otro tipo de apoyos sociales no se diera absolutamente nada a cambio.
Entre otros efectos psicológicos y culturales, esa manera en que el ser humano considera su condición laboral y productiva.
El trabajo, en efecto, es importante, y en las sociedades modernas tiene de hecho una primacía difícil de soslayar.
¿Sería posible un mundo de lo humano donde el trabajo como se concibe y realiza actualmente no existiera? No parece sencillo siquiera imaginarlo.
Sin embargo, la idea del “salario mínimo universal” y la reflexión que la acompaña nos acerca quizá no a esa posibilidad, pero sí a algunas preguntas fundamentales a propósito del tiempo, energía y recursos que dedicamos a producir algo.
No en un sentido económico sino existencial, es decir, a todo aquello de nuestra vida que podemos considerar “en activo”.
Y que en el curso de esa actividad transforma nuestra existencia al tiempo que genera un efecto sobre el mundo.
Desde un punto de vista humanista
Esto es, considerar al ser humano como ser vivo, consciente y no sólo como una pieza más del sistema económico.
Tendría entonces un mayor margen de acción o de libertad para desarrollar su potencial como ser humano.
Se pasaría de buscar la mera supervivencia, emprender el camino de la vida auténtica, en conciencia plena y realizada.
Como decíamos al inicio, la idea del salario mínimo universal ha formado parte de ciertas discusiones económicas de nuestra época.
Entre otros, el economista de origen francés Thomas Piketty, uno de los estudiosos más serios del capitalismo contemporáneo.
La necesidad de implementar dicha medida, se podría contribuir a reducir la desigualdad inherente al sistema económico en que vivimos.
Desde otras perspectivas fuera de la economía
En el capitalismo ha sido evidente para algunos pensadores que la humanidad aspira a vivir en condiciones más justas, más pacíficas, más armónicas.
Incluso, es imprescindible atacar de algún modo la desigualdad que resulta inevitablemente de los procesos económicos propios del capitalismo.
Es necesaria para que el sistema económico se mantenga en marcha, en un círculo vicioso entre necesidad y miseria.
Entre otros, Fromm fue uno de esos defensores de la idea del ingreso universal básico, para todos y sin distinciones.
Según escribe en su obra ¿Tener o ser? (1976), ya desde 1955, en otras obras suyas.
Fromm sostuvo que un ingreso anual garantizado contribuiría a desaparecer lo que él llamó “males” de las sociedades tanto capitalistas como comunistas.
Al respecto, Fromm escribe:
La esencia de esta idea [el ingreso universal básico] es que todas las personas, trabajen o no, deben tener el derecho incondicional de no morir de hambre ni carecer de techo.
Recibirán sólo lo que necesitan básicamente para mantenerse, pero no recibirán menos. Este derecho expresa un nuevo concepto en la actualidad.
Aunque es una norma muy antigua, proclamada por el cristianismo y practicada por muchas tribus «primitivas»:
Los seres humanos tienen el derecho incondicional de vivir, sin importar si cumplen su «deber para con la sociedad».
Otorgamos este derecho a nuestros animales favoritos, pero no a nuestros semejantes.
Como vemos, el argumento central de Fromm para defender la implementación de un salario mínimo universal es sumamente elemental:
los seres humanos tienen el derecho incondicional de vivir.
¿Por qué esta idea tan sencilla provoca tanta polémica y, sobre todo, oposición?
¿No es, por decirlo de alguna manera, la actitud solidaria mínima que tendríamos que tener con respecto a nuestros semejantes?
¿No somos todos parte de un mismo género –la humanidad– y, como tal, podríamos hacer el esfuerzo de vivir conjuntamente, en paz, cooperativamente, trabajando juntos en pos de un bien común?
¿Por qué este panorama nos parece a priori tan utópico, tan idílico, tan inalcanzable?
Con cierta cercanía a las líneas finales del Elogio de la ociosidad (1932) de Bertrand Russell, Fromm continúa, profundizando ahora sobre los beneficios humanos y sociales de tener una renta mínima asegurada:
El campo de la libertad personal se ampliaría enormemente con esta ley; una persona que es económicamente dependiente de otra (de un padre, de un esposo, de un jefe) ya no se vería obligada a someterse a la extorsión del hambre […].
El ingreso anual garantizado aseguraría una libertad y una independencia reales. Por ello, esto es inaceptable para cualquier sistema basado en la explotación y en el dominio […].
Este punto puede provocar un interés especial porque, en efecto, desde una perspectiva psicológica, económica y social, el intercambio entre fuerza de trabajo y salario.
Tiene como fundamento un sistema de dominio y explotación que no muchas personas están dispuestas a cuestionar, cambiar y a veces ni siquiera a aceptar que viven sometidas a él.
Dado que el ser humano, por su propia condición, pasa sus largos primeros años en una relación de sujeción y dominio frente al Otro.
Las formas de ser asociadas con la obediencia, la subordinación, la sumisión y otras de ese tipo, se instalan profundamente en la subjetividad, generando subjetividades “útiles” a un sistema económico basado en la explotación.
Proceso cultural sumamente complejo, es necesario mirar y analizar sin moralismo ni dogmatismo o prejuicios, sino con objetividad e incluso con ánimo científico.
No es que esté “mal” o “bien” que se forme en la sujeción de otro y que, después, esto sirva a los fines del sistema económico capitalista.
Esas categorías morales son inútiles por imprecisas.
Darse cuenta de que dicho proceso es parte de la condición humana y en segundo, preguntarnos si hay posibilidad de transformarlo.
La resistencia a implementar un salario mínimo universal podría explicarse a la luz de dicho elemento tan estructural del ser humano.
Quienes se oponen categóricamente a que se ofrezca un ingreso monetario a todas las personas, sin distinción de ningún tipo.
Sostengan dicha renuencia porque no han hecho consciente el sometimiento del cual son todavía sujetos.
La explotación en la que viven, el miedo a su propia libertad y, por ende, no consideran aún la posibilidad de vivir de otra manera, bajo otras condiciones, tanto para sí mismos como para los demás.
Sin embargo, la historia del ser humano demuestra que los cambios son posibles, tanto a nivel personal como colectivo.
Quizá una medida como el salario mínimo universal podría contribuir a establecer una mejor convivencia no sólo entre seres humanos.
Sino también entre el ser humano y la vida en la Tierra y donde la explotación se ha establecido como modo casi exclusivo de vínculo.
En el fondo, esta es la circunstancia que valdría la pena atender con urgencia.
Fuente
Pijamasurf.com