Elegir entre lo malo y lo peor nos coloca ante un dilema que casi todos hemos vivido en piel propia alguna vez. ¿Qué podemos hacer en estas situaciones?
El dilema de la manta corta está de plena actualidad. De hecho, pocos contextos sociales e históricos son tan dados a lo que nos señala esta premisa. En algún momento de nuestra vida estaremos obligados a elegir entre lo malo y lo peor. Son encrucijadas vitales en las que todo lo que se abre ante nosotros es complejo y adverso. ¿Cómo actuar en estas encrucijadas?
Esta premisa parte de la siguiente imagen. Visualicémonos a nosotros en una cama en pleno invierno. Hace frío y solo tenemos una manta de pequeñas dimensiones, una manta corta. Ante esta situación solo tenemos dos opciones: taparnos los pies o cubrirnos la cabeza. Elijamos lo que elijamos, el resultado siempre será el mismo: helarnos igualmente.
Cuando nada nos satisface ni cumple nuestras necesidades básicas, es común derivar en un estado de frustración e incluso de angustia psicológica. Todos tenemos claro que la vida no es fácil, es cierto. Sabemos que el destino no siempre orquesta a nuestro favor, es evidente. Sin embargo, es necesario tener en cuenta una serie de aspectos sobre este tipo de situaciones en las que, a simple vista, parece que estamos obligados a elegir lo malo y lo muy malo.
El dilema de la manta corta, ¿de verdad hay que elegir entre lo malo y lo peor?
Recordemos, el dilema de la manta corta establece que, cuando nos vemos en la necesidad de taparnos con una manta corta, deberemos elegir entre cubrirnos la cabeza o los pies. Ese pedazo de tela, lana o colcha jamás podrá cubrirnos por completo. No podemos elegir, por tanto, ambas cosas al mismo tiempo. Ahora bien, extrapolemos esto a la vida real, apliquemos esta metáfora a nuestra cotidianidad.
Lo cierto es que en nuestros escenarios personales, no siempre tenemos que elegir solo entre dos opciones. Así, una de las trampas que encierra esta premisa es hacernos creer que estamos supeditados a tener que elegir solo entre dos caminos. Y si hay un detalle por el que esta teoría ha adquirido últimamente mayor relevancia es por un hecho muy concreto.
El dilema de la manta corta es, en determinadas ocasiones, un tipo de manipulación social. Pensemos en ello, buena parte de nuestros medios nos obligan a tener que elegir, por ejemplo, entre izquierdas y derechas, entre economía o salud, entre energía nuclear o industria renovable, entre ser feminista o ser machista… Sin embargo, la evidencia está en que hay muchas más opciones si uno las busca, si uno se fija bien.
En momentos de complejidad casi todas las opciones nos parecen malas
Decía Mark Twain que el buen juicio es el resultado de la experiencia y la experiencia es el resultado de un mal juicio. Es decir, uno aprende a guiarse mejor en la vida a partir de los errores y por supuesto de las malas opciones tomadas.
Así, estudios como los realizados en la Universidad de Boston nos señalan que nada sería tan recomendable en la actualidad como entrenar a las personas en el arte de la toma de decisiones.
El dilema de la manta corta es un buen punto de partida y una metáfora en la que reflexionar. Cuando atravesamos por un momento complicado, es común pensar que toda opción que tenemos ante nosotros es mala. Por ejemplo, si he perdido el trabajo puedo pensar que solo me quedan dos opciones: consumir toda mi prestación de desempleo o aceptar un mal empleo para subsistir.
Un buen entrenamiento en el arte de la toma de decisiones nos diría que todo instante complejo tiene más de dos salidas. No siempre hay que elegir entre lo malo y lo peor; entre un extremo y otro hay puntos intermedios, hay más opciones. Sin embargo, a veces estamos tan obcecados en el propio problema y en nuestras emociones, que la mente se nubla y es incapaz de ver otras perspectivas.
Haz las paces con el dilema de la manta corta: hay elegir la opción menos mala y aceptarla
El dilema de la manta corta refleja a veces realidades muy concretas y también adversas. Por ejemplo, son muchos los que se han visto en la dura tesitura de decidir qué hacer con ese ser querido enfermo de alzhéimer: atención domiciliaria o ingreso en una residencia. Dejar el trabajo para atenderlo o contratar a alguien que lo cuide.
En estos contextos, en esos momentos más duros, estamos obligados a tomar la opción menos mala pero la más adecuada, para después, hacer las paces con ella. De algún modo, siempre hay un camino más adecuado que, aunque doloroso, resulta más acertado. Una vez tomado, es necesario reconciliarnos con nosotros mismos y validar esa acción.
Más allá del contexto y la situación, siempre hay más de dos opciones
Irvin David Yalom, catedrático de psiquiatría en la Universidad Stanford, decía que el mayor problema de las personas está en el miedo a la hora de tomar decisiones.
Decidir es vivir, es trazar rumbos, es abrir caminos y, a menudo, atrevernos a explorar lo inexplorado.
Sin embargo, el miedo nos atenaza y cuando el temor invade nuestra mente, es muy difícil ver más de dos opciones.
El dilema de la manta corta nos hace creer que el problema de todo está en la propia manta. En que es demasiado corta. En que debemos elegir entre taparnos los pies o la cabeza. Sin embargo, tengámoslo claro, el auténtico problema es que tenemos frío y para ello, hay muchas más formas para entrar en calor.
Más allá del contexto, más allá de la situación, siempre hay más de dos opciones y no siempre hay que elegir entre lo malo o lo peor.
Fuente
Lamenteesmaravillosa.com
Valeria Sabater