A veces, nos aferramos, como Orfeo, a lo que ya está perdido, a lo que no puede ser. El pasado es solo un reflejo al que no conviene volver, aunque duela dejarlo ir. Es necesario entrenar al cerebro para que se abstenga de viajar en pretérito cuando hacerlo pueda suponer un obstáculo para nuestro avance.
Se denomina síndrome de Orfeo a esa necesidad tan común de llevar la mirada hacia atrás. A eso que ya está perdido, pero que nos sigue obsesionando. Amores del pasado, recuerdos de la infancia, instantes felices o momentos en los que nuestra vida era más plácida y hasta previsible… Las personas somos “adictas” a rememorar lo que ya se fue.
Es cierto, somos almas nostálgicas que evocan casi a cada minuto fragmentos del ayer. Sin embargo, nada de esto sería preocupante ni negativo si el acto de rememorar no impidiera nuestro avance. Uno puede, por ejemplo, estar progresando en nuevos y revitalizantes proyectos, pero de pronto visitar mentalmente los fracasos del ayer e impregnar con ellos el presente de inseguridad. Y, ¿si vuelve a suceder lo mismo?
Bien es cierto que solemos decirnos aquello de que hay que usar el pasado como trampolín y no como sofá. Esta frase enunciada por el ministro británico Harold Macmillan sigue usándose con frecuencia. Sin embargo, lo pretérito continúa siendo ese lugar sobre el que reposamos con frecuencia nuestra mirada y enfoque personal. Algo que, en ciertos momentos, puede ser tan fatídico como lo que le sucedió al desdichado Orfeo.
El síndrome de Orfeo: ¿en qué consiste?
Cuando analizamos el mito o la leyenda de Orfeo es común preguntarnos por qué lo hizo: ¿por qué miró atrás en el último momento? Recordemos la historia: Orfeo de Tracia era el músico más dulce y excepcional del mundo. Su arte tenía tal poder de seducción y embrujo que, según decían, era capaz de detener el curso de los ríos. Pero si había algo que amaba más que a su música era a su esposa Eurídice.
La fatalidad irrumpió de manera temprana en sus vidas y la joven esposa falleció tras la picadura de una serpiente. Desesperado, Orfeo acudió al inframundo para recuperar a su amada. No le fue difícil, tanto Caronte como el Cancerbero quedaron cautivados con su arte. También el dios Hades quedó impresionado con su música y cedió, le permitió llevarse a Eurídice bajo una condición: no debía girarse hacia ella. Sería su sombra hasta que lograran salir al exterior; al mundo de los vivos.
Sin embargo, en el último momento, cuando la luz de la tierra ya se atisbaba en el camino, Orfeo lo hace, se gira y solo llega a ver a su esposa convirtiéndose en humo, desapareciendo para siempre. La pregunta es: ¿por qué lo hizo? Una de las razones es obvia, el dulce músico era humano y a veces es complicado confiar en lo invisible o resistir la curiosidad, el ansia, la desesperación.
Por otro lado, también podemos obtener otra interesante reflexión al respecto. En realidad, Hades nunca quiso que Orfeo se llevara a Eurídice. Estaba muerta y era imposible alterar el equilibrio natural. Aquella experiencia no fue más que una lección. Hay que dejar ir lo que ya no tiene sentido ni cabida.
El síndrome de Orfeo o el esfuerzo inútil
El síndrome de Orfeo es también una metáfora sobre el esfuerzo sin sentido y la falta de aceptación. El músico apesadumbrado se transforma de pronto en héroe y casi como el propio Hércules en una de sus pruebas, accede al mundo de Hades a por una de sus almas.
Es un viaje a la oscuridad, un esfuerzo físico y emocional desmedido que al final no solo no es útil. Lo que logra Orfeo es perder no una, sino dos veces a su amada Eurídice e incrementar con ello su sufrimiento.
En ocasiones, también nosotros cometemos el mismo error. A veces, canalizamos nuestras ilusiones, proyectos, anhelos y trabajos en algo que ya no tiene sentido. Actuamos a la desesperada sin saber que llevamos una venda en los ojos que nos impide ver la realidad. Por ejemplo, cuando nos esforzarnos por cuidar una relación de pareja que hace tiempo que está perdida.
El pasado es un reflejo que nos ayuda a construir el futuro
El síndrome de Orfeo define esa marcada incapacidad para desprendernos del pasado. Son situaciones en las que el pasado se convierte en ese espejo retrovisor en el que siempre situamos la mirada; en lugar de fijarnos en lo que hay delante de la carretera. El corazón, la mente y los pensamiento vuelan a ese inframundo en el que todo son sombras pretéritas y nada es real.
Ahora bien, no podemos borrar así como así todo lo sucedido en ese ayer, todo lo visto, experimentado, amado y dejado atrás. Cada cosa vivida forma parte de lo que somos ahora. Y el cerebro lo sabe. Tanto es así que se da un fenómeno interesante que la neurociencia conoce muy bien.
Estudios, como el realizado en el departamento de psicología de la Universidad de Harvard, nos señalan que el cerebro usa los mismos mecanismos para recordar el pasado que para imaginar el futuro. Se ha podido ver que activamos los mis procesos cognitivos y neuronales para evocar el ayer como para simular posibles experiencias futuras.
¿Qué significa esto? Que el hecho de recordar debe cumplir una finalidad. Lo pretérito es aprendizaje adquirido y un lugar donde la mente puede ir -de vez en cuando- para idear nuevos planes, para trazar nuevos objetivos.
Hay que recordar no para esperar que lo que dejamos atrás vuelva a aparecer, sino para convencernos de la necesidad de abrirnos nuevos caminos y dejar paso al futuro.
Fuente
Lamenteesmaravillosa.com
Valeria Sabater