Detrás del acto de la procrastinación no siempre está la pereza ni aún menos la falta de responsabilidad. De hecho, en esos días en que no podemos dejar de postergar tareas y obligaciones, lo que hay es una serie de dimensiones psicológicas muy concretas.
“Debería ponerme con ese trabajo que tengo pendiente. Mañana tengo que entregar ese informe y aún no he abierto ni el ordenador”. “Me quedan dos días para resolver cierto asunto que llevo semanas arrastrando pero aún no veo el momento. ¿Por qué no puedo dejar de postergar? ¿Es pereza lo que me tiene atrapado? ¿Por qué mi mente es incapaz de centrarse en las auténticas prioridades?”.
Si alguna vez hemos caído en este ciclo de procrastinación y sensación de culpa constante, es muy común que nos digamos a nosotros mismos que estamos pecando de irresponsables y perezosos. Sin embargo, decirnos esto nos quita aún más el ánimo. De hecho, pocas cosas intensifican aún más el acto de aplazar lo importante como el diálogo negativo y descalificante.
Al fin y al cabo, las personas a las que podemos definir como auténticas vagas, ociosas o despreocupadas no tienen cargos de conciencia. Lo que tienen son excusas para justificar su inmovilidad. Por contra, cuando procrastinamos, lo que experimentamos la mayor parte de las veces es sufrimiento.
Es esencial, por tanto, comprender qué hay detrás de esta conducta, de este estado físico, mental y emocional que nos condiciona en muchas épocas de nuestra vida.
¿Por qué no puedo dejar de postergar?
Solemos asociar la procrastinación a muchos estudiantes. Sin embargo, el sinsabor de la dilación se experimenta en cualquier ámbito y a cualquier edad. La sentimos, por ejemplo, cuando esas obras que tenemos que empezar en la cocina o el garaje son una eterna cuenta pendiente. La vivimos también cuando todos esos proyectos que realizar o facturas que cumplimentar se convierten en un post it que no podemos quitarnos de la mente.
Así, cuando siento que no puedo dejar de postergar lo que experimento es estancamiento y falta de progreso. Y esa sensación eleva mi ansiedad. Cuando una persona vive en piel propia esta sensación suelen ocurrir dos cosas.
- La primera es que la dilación tiene consecuencias: podemos perder un trabajo, suspender un examen o perder una oportunidad.
- Lo segundo que puede sucederse es que la imagen de autoeficacia queda dañada. Nos sentimos mal con nosotros mismos y lo que es peor, tenemos la sensación de que es algo que no podemos controlar. No importa que al final decidamos ponernos manos a la obra. Siempre ocurrirá algo que nos desvíe de la tarea.
¿A qué se debe este tipo de conductas?
No es un problema de gestión del tiempo: son tus emociones
Cuando nos preguntamos “¿por qué no puedo dejar de postergar?”, es común pensar que el problema está en la mala gestión del tiempo. Sin embargo, no importará que compremos un libro y apliquemos mil estrategias para convertirnos en un perfecto planificador de jornadas. La dilación aparecerá igual.
Decirle a una persona que lleva meses procrastinando y que aprenda a organizarse, es como decirle a un deprimido que sea anime. No tiene sentido alguno ni es oportuno. Porque, en realidad, el problema de base son las emociones: la ansiedad contenida, la preocupación, el miedo, la necesidad de hacerlo bien, el temor a fallar…
Las emociones que se combinan, se alborotan y elevan el malestar de las personas habituadas a procrastinar son muy complejas y desgastantes. Lo peor de todo es que estas situaciones se arrastran durante meses y, en estos casos, podemos estar ante una depresión o un trastorno de ansiedad no diagnosticado.
¿Por qué no puedo dejar de postergar? El miedo detrás de la dilación
Si advertimos que detrás de la pregunta «¿por qué no puedo dejar de postergar?» está el miedo, es posible que más de uno sienta cierta contradicción. ¿Miedo de qué?
En un estudio llevado a cabo en la Universidad de Leuphana, en Alemania, se demostró que la procrastinación es básicamente, una respuesta disfuncional a estados afectivos no deseados. Es decir, hay cosas que debo hacer que me generan miedo e inquietud. Al no saber manejar esos estados emocionales y rehuir de ellos, aplazo también la realización de esas tareas.
Por término medio, lo que hay detrás de la dilación es temor:
- Temor a fallar, a no hacer las cosas como yo espero u otros esperan de mí.
- Angustia por enfrentarme a ciertas situaciones que me dejan expuesto y sobre las que no tengo control.
- A menudo, también es aversión a tener que hacer algo que, sencillamente, no queremos realizar o que nos desagrada.
Si tienes un objetivo céntrate en tus emociones antes que en la propia meta
Cuando se nos marca un objetivo, cuando tenemos que realizar una tarea, entregar algo en un plazo concreto, etc., solemos cometer un pequeño error. Ponemos la mirada en esa fecha y después, nos planificamos. Todo ello no es que esté mal por sí mismo, todo lo contrario. Lo que ocurre en realidad es que la planificación es secundaria, lo principal es centrarnos en nuestras emociones.
Si esa tarea me genera ansiedad, no avanzaré. Es necesario trabajar en primer lugar el estado emocional que me produce dicho objetivo. Si no me ilusiona no encontraré fuerzas y motivación para invertir tiempo en ella. Debo manejar esos sentimientos, replantear pensamientos, reducir los miedos y lograr mantenerme en un estado anímico relajado y centrado, ideal para ponerme a trabajar en esa tarea.
Así, en un estudio realizado en la Universidad de Leeds por parte de los doctores Sirois y Pychyl, (2013) nos invitan a tener en cuenta lo siguiente: antes de situar la mirada en ese objetivo a largo plazo, debemos ponernos de manera urgente una meta a corto plazo: reparar y atender nuestro estado de ánimo. Esa es la clave.
Si nosotros estamos bien, todo irá bien. La gestión emocional siempre será la mejor estrategia de bienestar. Tengámoslo siempre presente.
Fuente
Lamenteesmaravillosa.com
Valeria Sabater